jueves, 13 de marzo de 2014

"Crónica de un concierto llorado"

El arte me cambió la vida.

Desde que tengo uso de sentir he tenido una guitarra entre las manos pero jamás creí que con eso se pudiera hacer lo que hace él en un concierto. 

Es llegar,
sentarte
y esperar.

Él sube casi siempre nervioso y ni si quiera saluda,
empieza a cantar
(por donde más duele)

y ya empiezas a sentir como te adentras en su mundo
o más bien como empiezas a salir del resto,
y él toca,
canta,
para,
habla
y vuelve otra vez.

Llega un momento en el que te encuentras en parálisis emocional,
no logras distinguir si estás a punto de llorar de felicidad
o por el dolor más profundo que jamás creíste sentir,
pero ni si quiera te lo planteas, él ya canta.


Y cierra los ojos y ves como entre sus manos su guitarra se vuelve mujer,
su amante,
y cómo sus dedos ya no tocan cuerdas ni recorren trastes,
ahora acarician los secretos de un cuerpo que sólo él conoce.
Es entonces que sus manos ya no rasguean acordes,
intentan apresar al tiempo 

y pide "quédate"
y pregunta "¿y ahora qué?".


Vuelve a mirar
y se encuentra con tus ojos que ya no son sino espejos,
y vuelve a cantar.


Todo va más allá de su historia
o de todas las historias del local,
poco importa si has conocido al amor o si dudas de él.
Poco importa cuando sientes tu alma a sus pies
y no sabes en qué momento te será devuelta.
Sólo sabes que lo único verdadero allí es su música,
porque tú,
él,

todos los que allí están,
hemos dejado de ser para escuchar. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario